jueves, 5 de junio de 2014

Nuestra Gente: Historias de vida IV. "A mi manera"

A mi manera




Estoy mirando atrás y puedo ver mi vida entera,
y sé que estoy en paz, pues la viví a mi manera.
Crecí sin derrochar, logré abrazar el mundo todo,
y más, mil sueños más, viví a mi modo.


Frank Sinatra



Lo veo caminar por la Avenida Quito, con unos paquetes bajo el brazo, ejerciendo su actividad de comerciante al detal. Me parece increíble que un tipo al que años atrás lo conocí como un próspero hombre de negocios, dueño de varias gasolineras, de fincas con ganado, con vehículos último modelo a su disposición y que recibía todos los honores que la sociedad brinda a quien ejerce la Gerencia de uno de los Bancos  más sólidos de la ciudad, haya sufrido una transformación tan radical. Apenas tengo una oportunidad le propongo una conversación al respecto.

Estoy bien, me dice, he superado un cáncer a la próstata, tengo fuerzas para trabajar y sobre todo tengo motivos para luchar. Soy feliz, amo a mis hijos pequeños. Si algo me apena es no poder darles más comodidades de las que les brindo, aunque es verdad que no viven en condiciones de pobreza. Mis hijos Richard Jesús Nicolás; Carlo Paolo; Juan Sebastián y Joseph Estéfano viven en Guayaquil, junto con su madre, Paola Cueva Oña, que es un ejemplo de mujer trabajadora. A esa mujer le debo mucho y aunque ahora no hago vida de hogar con ella, le guardo muchas consideraciones, remata.

Desde mi llegada a esta ciudad, allá por el año 81 del siglo pasado, conozco a Don Richard Arcesio Abril Young. Su cédula habla de que es nacido en Ambato, pero se trata de un hecho casual. Su madre tuvo que alumbrar en esa ciudad cuando estuvo de visita temporal, porque en realidad ella residía en Guayaquil. Su padre es Cuencano, un tipo alto, muy fortachón, que fue militar pero que se retiró temprano para dedicarse a sus cultivos de banano en el Oro. Su contextura física la heredó de su madre, una Guayaquileña de ascendencia China.

Sus estudios primarios los realizó en Guayaquil, en la escuela de los Salesianos. Sus compañeros enseguida le añadieron a su nombre el apelativo de “Chino”, con el que ha tenido que lidiar toda su vida. Su madre se divorció siendo él apenas un niño, por lo que apenas terminó la escuela se trasladó a vivir a Quito, en donde se matriculó en el Colegio Montúfar, en el que obtuvo su título de bachiller. Vivía en la loma grande y desde allí caminaba a su colegio, que en ese entonces estaba ubicado en el sector del Cumandá. En Quito, a su apodo de “chino” le añadieron el de “mono”, dada su procedencia.

Tuvo una vida que podría decirse tranquila, lejos del fantasma de la pobreza, más bien en un ambiente rodeado de comodidades, sin necesariamente estar en la opulencia.

Cuando estaba en quinto curso del Colegio, una compañera del colegio de su madre le abre la oportunidad de un trabajo a tiempo parcial en el departamento de información y cultura de la Embajada de los Estados Unidos. Asume la tarea de ir por los barrios, por las poblaciones y en general por los sitios en donde la gente solicitaba que se exhiban películas  que hablaban del poderío de esa nación. Su madre estaba feliz con ese empleo, puesto que su mayor sueño era que Richard viajara a los Estados Unidos a hacer su vida en ese prospero país. Un día, apenas graduado de bachiller, su madre regresa del país del norte trayendo un contrato de trabajo en el Aeropuerto Kennedy, pero Richard se niega a hacer uso de esa posibilidad. Él pudo percatarse en las películas que andaba exhibiendo, que el trabajo de los latinos era el que los gringos no querían asumir, y pensaba que aquí se estaba mejor.

Don Pedro Silva Troya, ibarreño de nacimiento, era el telegrafista del Banco del Pichincha en Santo Domingo, desde el 29 de Noviembre de 1963, fecha en la que inicia sus actividades como Agencia en esta ciudad. Don Pedro silva se había comprometido con su madre de manera que ahora era su padrastro. Con su ayuda consigue un puesto de auxiliar en el banco.  

Vine a Santo Domingo, me cuenta, el trece de Enero de 1967.
-Era gerente de la Agencia el señor Antonio Ponce Herman. Empecé siendo la última rueda del coche, pero me resultaba interesante. Mi tarea consistía en cuadrar todo el movimiento del día en las operaciones que como Agencia de Servicios tenía en funcionamiento. Había tres controles, uno era el que estaba a mi cargo. Aunque era posible adelantar en algo el trabajo, mi tarea recién empezaba cuando los otros terminaban la suya, por lo que tenía el tiempo suficiente durante el día para darme la vuelta por todos los sitios  de mis compañeros y aprenderles su oficio. Allí veía lo que hacía el Gerente durante el día y me dije, yo tengo que llegar a ese puesto. No me parece muy difícil recibir a la gente, conversar con ella y reírse a carcajadas de las ocurrencias de los clientes, me decía para mis adentros.

El Banco funcionaba en la Avenida Tsachila, en un local que arrendaba don Mario Diliberto Bruno, frente a la “Clínica Espejo” del Doctor Salazar y a las oficinas del IESS. Tuvo como compañeros de trabajo al señor Raúl Lemos; Luis Carrillo; Gabriel Velarde; Mario Montalvo, Plutarco Mora.

Las vacaciones de ley las empleaba en visitar la oficina matriz en Quito y observar el desempeño de las personas en puestos que no había en esta ciudad, pero que veía que en un futuro cercano tendrían que abrirse acá. Es por eso que fue ascendiendo progresivamente, hasta que cuando el Gerente renunció recibió el encargo de ocupar ese puesto, del que no salió sino cuando presentó su renuncia, cumplidos casi treinta años de servicio.

-Por mi trabajo conocí mucha gente, me cuenta. Pude ayudar a que mucha gente haga negocios interesantes, a muchos salvé de la quiebra con ayuda oportuna. A muchos salvé del chulco que los estaba matando. Muchas veces “estiré” el reglamento para poder ayudar. Yo entendía que la gente que tiene ganado no va a tener su dinero en el banco, el agricultor debe tener su inversión en el campo y el comerciante en mercaderías, por lo que muchas veces no cumplía con los saldos, pero yo decidía el crédito a su favor. Muchas veces me observó auditoría ese proceder, pero jamás me encontró una irregularidad. Hay que reconocer que el banco puso su dinero, pero la gente de Santo Domingo ponía su trabajo. Aquí hay gente muy trabajadora. A muchos brindé oportunidades de buenos negocios y en la misma proporción rechacé propuestas de formar sociedades, que siendo legítimas, podrían parecer que me aprovechaba de mi cargo. No me arrepiento de nada. Conocí lindas gentes, entre los que recuerdo con mucho aprecio a René Arteaga, todo un caballero. Don René nunca pidió un crédito ni un sobregiro, pero ayudaba mucho a sus paisanos manabitas. Un día llega a mi oficina a proponerme que le ayude. La ayuda consistía en que les dé crédito a unos amigos. Él les prestaba dinero pero no le pagaban. Quería entonces que el banco les preste con su garantía, para hacer más formal el asunto. Estaba seguro que al banco si le cumplirían.

El Banco te da una imagen, y eso es innegable, continúa.

-La gente de Chone formaba parte de nuestra cartera de clientes. Desde allá venía gran cantidad de dinero para nuestro banco y la gente manabita, no sé si mucho más el chonero, es increíblemente generosa. Un día llego un señor y me dijo: Ud ayuda mucho al ganadero y no puede ser  que no tenga finca. Aquí están las escrituras; mi hermano es presidente del Directorio del Banco de Fomento y está aprobado un crédito para ud. Pague cuando pueda. No puede ser, le decía, yo no sé nada de fincas ni de ganado. Finalmente adquirí la finca con cien cabezas de ganado.  Casi al mismo tiempo un señor que tenía múltiples negocios me propone en venta la gasolinera de la vía a Quito. Tampoco sabía de gasolineras y más bien le ofrezco mis servicios como administrador. Al poco tiempo le informo que el negocio en si es bueno, pero que su esposa dispone del capital de trabajo de manera antojadiza. ”Ahora ya sabe por qué quiero salir de ese negocio”, me dijo y cerramos el trato. Manejé varias gasolineras, unas como administrador y otras propias. En esa época, las gasolineras eran una gallina de huevos de oro. El precio variaba cíclicamente y quien tenía una buena capacidad de almacenamiento, salía bien en cada cambio de precio.

El Pichincha me dio la mano hasta donde su política conservadora le permitía, por lo que tuve que acudir a otros bancos. Recuerdo que visité el Banco Industrial y Comercial, cuyo Gerente era Don Darío Kanyat. Apenas le plantee el problema dispuso al sub gerente que me atienda; muy a su estilo alzó la voz y dispuso:  “Wilson, atiende a mi compadre con un crédito”. Darío, el señor no trae garante; “mi compadre no necesita garante”.  Al poco rato salí con un cheque de Gerencia, de lo que no me pude escapar es del aporte para el financiamiento de sus academias, que había que depositar voluntariamente en una caja de cartón colocada al pie del escritorio del Gerente.

Nunca intimé con nadie, sin embargo tuve un amigo por quien hice más allá de lo recomendable en términos personales, nada relacionado con el Banco. Cuando estuvo en problemas legales muy graves, el único amigo que dio la cara por él fui yo hasta poner en riesgo mi imagen. Cosas de la vida. Años más tarde, cuando por producto de mis errores me quedé sin trabajo y sin dinero, fui a buscarlo para pedirle una oportunidad en una de sus tantas empresas; tuve que esperar  cuatro horas para que me reciba y me niegue el favor. Por eso ando vendiendo artefactos para la salud, visitando las casas. Porque mi dignidad no me permite rogarle a nadie, y porque es doloroso comprobar la inconsecuencia de la gente. Ellos eran tus amigos cuando tú estabas en condiciones de ayudarles. No me avergüenzo de lo que hago, porque es digno. Prefiero eso a recibir muestras de ingratitud. Pero sabes una cosa? En la calle hay gente que se detiene a saludarme. El otro día un señor de un auto me insistía en que me suba para llevarme a casa, al punto que me puse nervioso. Que pretende este señor? Se bajó y me dijo: Don Richard, lo he estado buscando. Acabo de venir de Europa terminando mis estudios. Ahora soy un profesional. En casa siempre hablamos de Ud. Mi padre dice que nosotros recibimos educación gracias a la ayuda que Ud le brindó para su actividad comercial, cuando era Gerente del banco. Permítame llevarlo a su casa, por favor.

Me entregué al banco con alma y vida. Ese fue mi acierto y mi error. Pasé por tres Gerentes Generales. Estuve bajo el mando de Alberto Acosta Soberón; Jaime Acosta Velasco y Antonio Acosta Espinosa.
Creo haber sido visionario en temas relacionados con el Banco. Creí necesario tener un local propio por lo que propuse al Padre Iturralde la venta de un local frente al Parque, en donde hicimos nuestra primera construcción. Recuerdo que tuve un problema con el gerente General don Jaime Acosta, de quien llegué a ser su compadre.
El dispuso que se abra la sucursal utilizando los muebles que sobrarían de la Agencia más otros muebles que sobrarían en Manta. Conozco la forma de pensar del banco, así que me dispuse a obedecer, aunque en el fondo de mi alma no coincidía. A mi parecer, a un edificio nuevo le correspondía muebles nuevos. Resulta que viene de visita a conocer la nueva construcción el Presidente del Directorio, a quien sutilmente le sugiero que autorice a comprar muebles nuevos. Acepta y se compromete a convencer a Jaime Acosta de lo resuelto. Enseguida adquiero los muebles y me apresto a la inauguración, hecho difundido por la prensa a nivel nacional. El compañero de Manta, preocupado porque anuncian la inauguración en Santo Domingo y nadie viene a retirar los muebles, expresa su inquietud a la Matriz. Un día antes de la fiesta recibo una llamada del Gerente General que con voz de júpiter tronante preguntaba por qué razón había dejado de lado una orden expresa suya. De ese tema nunca se olvidó don Jaime Acosta, que siempre me recalcaba que hay gente que no obedece las disposiciones. Volvía tener una diferencia con “mi compadre” por algo relacionado con la construcción del edificio de la Y del indio colorado. Cuando el edificio estaba a punto de culminar recibí la visita de don Fidel Egas, accionista del banco y miembro del directorio; se mostró muy incómodo, ni siquiera entró a mi oficina. Desde el umbral preguntó quién había autorizado la construcción de este “elefante blanco”. Ni siquiera la matriz tenía un edificio tan grande, según su criterio. A los pocos días tenía la orden de presentar un justificativo de la inversión.
Tres meses después de inaugurado el local, en sesión de Directorio en la matriz, Don Jaime estaba sorprendido del incremento de clientes y de lo estrecho que resultó el local. Me reclamó por qué había comprado solo cinco lotes, cuando lo recomendable hubiera sido adquirir toda la propiedad. ¡Cosas de Gerentes! Para descongestionar el edificio inicié por las mismas con la construcción de las agencias de El Carmen, La Concordia, La Unión.

Estaba a punto de cumplir mis cincuenta años y mis treinta de servicio al banco, cuando empecé a recibir mensajes que yo consideraba designios divinos. Soy muy creyente, por lo que consideré que la presencia en mi oficina de Monseñor Emilio Lorenzo no podía ser casual. Me propuso que sea candidato a la Alcaldía por el PRE y me ofrecía todo su apoyo. Pensé que era el momento que había soñado para salir del banco y empezar una nueva vida. En lo personal, mi hogar se había destrozado, en parte porque mi entrega al banco hizo que me descuidara de mi hogar. Allá estaban pasando cosas que todo el mundo sabía, menos yo. Cansado de la hostilidad permanente, del abandono y la deslealtad, decidí divorciarme.

En ese tiempo tomé decisiones que dieron un giro brusco a mi vida.
Entré a la política con las mismas herramientas con las que me había defendido a lo largo de mi vida y me equivoque de largo. Ese era otro mundo para el que yo no estaba preparado. Hice cosas que vistas ahora me muestran como un tipo absolutamente ingenuo y me pintan como una criatura. Hablar de lealtad, patriotismo, desinterés en el mundo de la política y peor en el PRE me muestran como un desubicado.
Luego de mi divorcio nunca pedí separación de bienes, porque consideraba que me podía batir por mi cuenta. La campaña me significó una inversión de 250 millones de sucres; la afronté solito, porque consideraba que debía precautelar mi independencia y no adquirir compromisos con nadie. Cuando estuve en el conteo de votos en el Tribunal Provincial Electoral, vino alguien a decirme que con 200 millones se aseguraba la Alcaldía y yo me preguntaba por qué debo pagar a alguien que solo tenía que contar los votos. Asomaron personas dispuestas a cubrir esos fondos a cambio de asegurar unos contratos y no acepté para no comprometerme con nadie. Era evidente que yo estaba en otro baile.

Al poco tiempo compré una camaronera en 200 millones de sucres, que al final vino el dueño y me la quitó. Había sido estafado por alguien que me vendió una propiedad ajena. Acabados mis ahorros, intenté reclamar el 20% de lo que legalmente me correspondía y recibí ataques de mis propios hijos. Han pasado 21 años y no he podido topar nada de lo mío. Es falso que mis recursos me los quitara mi nueva pareja. Todo está en manos de quien fue mi esposa. Ni siquiera me he podido casar con la madre de mis hijos. Para ella solo tengo palabras de gratitud.
Pero aquí estoy. Estoy fuerte, sano, con ganas de vivir y empezar de nuevo, como cuando tenía veinte años. Sigo confiado en el sistema judicial y sé que un día recuperaré mis bienes. No estoy seguro de querer recuperar los amigos que representa el dinero. Solo estoy a la espera de una oportunidad. Estoy bien anímicamente, estoy preparado en lo académico y persevero en mis conceptos de lo moral y lo ético. Me pregunto si con lo que ha pasado el tiempo siguen valiendo esas herramientas, o sigo en  otro baile?

por Víctor Hugo Torres
Febrero, 2014

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