A mi manera
Estoy mirando atrás y puedo
ver mi vida entera,
y sé que estoy en paz, pues
la viví a mi manera.
Crecí sin derrochar, logré
abrazar el mundo todo,
y más, mil sueños más, viví
a mi modo.
Frank Sinatra
Lo veo caminar por la Avenida Quito, con unos paquetes bajo
el brazo, ejerciendo su actividad de comerciante al detal. Me parece increíble
que un tipo al que años atrás lo conocí como un próspero hombre de negocios,
dueño de varias gasolineras, de fincas con ganado, con vehículos último modelo
a su disposición y que recibía todos los honores que la sociedad brinda a quien
ejerce la Gerencia de uno de los Bancos más sólidos de la ciudad, haya sufrido una
transformación tan radical. Apenas tengo una oportunidad le propongo una conversación
al respecto.
Estoy bien, me dice, he superado un cáncer a la próstata, tengo
fuerzas para trabajar y sobre todo tengo motivos para luchar. Soy feliz, amo a
mis hijos pequeños. Si algo me apena es no poder darles más comodidades de las
que les brindo, aunque es verdad que no viven en condiciones de pobreza. Mis
hijos Richard Jesús Nicolás; Carlo Paolo; Juan Sebastián y Joseph Estéfano
viven en Guayaquil, junto con su madre, Paola Cueva Oña, que es un ejemplo de
mujer trabajadora. A esa mujer le debo mucho y aunque ahora no hago vida de
hogar con ella, le guardo muchas consideraciones, remata.
Desde mi llegada a esta ciudad, allá por el año 81 del siglo
pasado, conozco a Don Richard Arcesio Abril Young. Su cédula habla de que es
nacido en Ambato, pero se trata de un hecho casual. Su madre tuvo que alumbrar
en esa ciudad cuando estuvo de visita temporal, porque en realidad ella residía
en Guayaquil. Su padre es Cuencano, un tipo alto, muy fortachón, que fue
militar pero que se retiró temprano para dedicarse a sus cultivos de banano en
el Oro. Su contextura física la heredó de su madre, una Guayaquileña de
ascendencia China.
Sus estudios primarios los realizó en Guayaquil, en la
escuela de los Salesianos. Sus compañeros enseguida le añadieron a su nombre el
apelativo de “Chino”, con el que ha tenido que lidiar toda su vida. Su madre se
divorció siendo él apenas un niño, por lo que apenas terminó la escuela se
trasladó a vivir a Quito, en donde se matriculó en el Colegio Montúfar, en el
que obtuvo su título de bachiller. Vivía en la loma grande y desde allí
caminaba a su colegio, que en ese entonces estaba ubicado en el sector del Cumandá.
En Quito, a su apodo de “chino” le añadieron el de “mono”, dada su procedencia.
Tuvo una vida que podría decirse tranquila, lejos del
fantasma de la pobreza, más bien en un ambiente rodeado de comodidades, sin
necesariamente estar en la opulencia.
Cuando estaba en quinto curso del Colegio, una compañera del
colegio de su madre le abre la oportunidad de un trabajo a tiempo parcial en el
departamento de información y cultura de la Embajada de los Estados Unidos.
Asume la tarea de ir por los barrios, por las poblaciones y en general por los
sitios en donde la gente solicitaba que se exhiban películas que hablaban del poderío de esa nación. Su
madre estaba feliz con ese empleo, puesto que su mayor sueño era que Richard
viajara a los Estados Unidos a hacer su vida en ese prospero país. Un día,
apenas graduado de bachiller, su madre regresa del país del norte trayendo un
contrato de trabajo en el Aeropuerto Kennedy, pero Richard se niega a hacer uso
de esa posibilidad. Él pudo percatarse en las películas que andaba exhibiendo,
que el trabajo de los latinos era el que los gringos no querían asumir, y
pensaba que aquí se estaba mejor.
Don Pedro Silva Troya, ibarreño de nacimiento, era el
telegrafista del Banco del Pichincha en Santo Domingo, desde el 29 de Noviembre
de 1963, fecha en la que inicia sus actividades como Agencia en esta ciudad. Don
Pedro silva se había comprometido con su madre de manera que ahora era su padrastro.
Con su ayuda consigue un puesto de auxiliar en el banco.
Vine a Santo Domingo, me cuenta, el trece de Enero de 1967.
-Era gerente de la Agencia el señor Antonio Ponce Herman. Empecé
siendo la última rueda del coche, pero me resultaba interesante. Mi tarea
consistía en cuadrar todo el movimiento del día en las operaciones que como
Agencia de Servicios tenía en funcionamiento. Había tres controles, uno era el
que estaba a mi cargo. Aunque era posible adelantar en algo el trabajo, mi
tarea recién empezaba cuando los otros terminaban la suya, por lo que tenía el
tiempo suficiente durante el día para darme la vuelta por todos los sitios de mis compañeros y aprenderles su oficio.
Allí veía lo que hacía el Gerente durante el día y me dije, yo tengo que llegar
a ese puesto. No me parece muy difícil recibir a la gente, conversar con ella y
reírse a carcajadas de las ocurrencias de los clientes, me decía para mis
adentros.
El Banco funcionaba en la Avenida Tsachila, en un local que
arrendaba don Mario Diliberto Bruno, frente a la “Clínica Espejo” del Doctor
Salazar y a las oficinas del IESS. Tuvo como compañeros de trabajo al señor
Raúl Lemos; Luis Carrillo; Gabriel Velarde; Mario Montalvo, Plutarco Mora.
Las vacaciones de ley las empleaba en visitar la oficina matriz en Quito y observar el desempeño de las personas en puestos que no había en esta ciudad, pero que veía que en un futuro cercano tendrían que abrirse acá. Es por eso que fue ascendiendo progresivamente, hasta que cuando el Gerente renunció recibió el encargo de ocupar ese puesto, del que no salió sino cuando presentó su renuncia, cumplidos casi treinta años de servicio.
-Por mi trabajo conocí mucha gente, me cuenta. Pude ayudar a que mucha gente haga negocios interesantes, a muchos salvé de la quiebra con ayuda oportuna. A muchos salvé del chulco que los estaba matando. Muchas veces “estiré” el reglamento para poder ayudar. Yo entendía que la gente que tiene ganado no va a tener su dinero en el banco, el agricultor debe tener su inversión en el campo y el comerciante en mercaderías, por lo que muchas veces no cumplía con los saldos, pero yo decidía el crédito a su favor. Muchas veces me observó auditoría ese proceder, pero jamás me encontró una irregularidad. Hay que reconocer que el banco puso su dinero, pero la gente de Santo Domingo ponía su trabajo. Aquí hay gente muy trabajadora. A muchos brindé oportunidades de buenos negocios y en la misma proporción rechacé propuestas de formar sociedades, que siendo legítimas, podrían parecer que me aprovechaba de mi cargo. No me arrepiento de nada. Conocí lindas gentes, entre los que recuerdo con mucho aprecio a René Arteaga, todo un caballero. Don René nunca pidió un crédito ni un sobregiro, pero ayudaba mucho a sus paisanos manabitas. Un día llega a mi oficina a proponerme que le ayude. La ayuda consistía en que les dé crédito a unos amigos. Él les prestaba dinero pero no le pagaban. Quería entonces que el banco les preste con su garantía, para hacer más formal el asunto. Estaba seguro que al banco si le cumplirían.
El Banco te da una imagen, y eso es innegable, continúa.
-La gente de Chone formaba parte de nuestra cartera de clientes. Desde allá venía gran cantidad de dinero para nuestro banco y la gente manabita, no sé si mucho más el chonero, es increíblemente generosa. Un día llego un señor y me dijo: Ud ayuda mucho al ganadero y no puede ser que no tenga finca. Aquí están las escrituras; mi hermano es presidente del Directorio del Banco de Fomento y está aprobado un crédito para ud. Pague cuando pueda. No puede ser, le decía, yo no sé nada de fincas ni de ganado. Finalmente adquirí la finca con cien cabezas de ganado. Casi al mismo tiempo un señor que tenía múltiples negocios me propone en venta la gasolinera de la vía a Quito. Tampoco sabía de gasolineras y más bien le ofrezco mis servicios como administrador. Al poco tiempo le informo que el negocio en si es bueno, pero que su esposa dispone del capital de trabajo de manera antojadiza. ”Ahora ya sabe por qué quiero salir de ese negocio”, me dijo y cerramos el trato. Manejé varias gasolineras, unas como administrador y otras propias. En esa época, las gasolineras eran una gallina de huevos de oro. El precio variaba cíclicamente y quien tenía una buena capacidad de almacenamiento, salía bien en cada cambio de precio.
El Pichincha me dio la mano hasta donde su política conservadora le permitía, por lo que tuve que acudir a otros bancos. Recuerdo que visité el Banco Industrial y Comercial, cuyo Gerente era Don Darío Kanyat. Apenas le plantee el problema dispuso al sub gerente que me atienda; muy a su estilo alzó la voz y dispuso: “Wilson, atiende a mi compadre con un crédito”. Darío, el señor no trae garante; “mi compadre no necesita garante”. Al poco rato salí con un cheque de Gerencia, de lo que no me pude escapar es del aporte para el financiamiento de sus academias, que había que depositar voluntariamente en una caja de cartón colocada al pie del escritorio del Gerente.
Nunca intimé con nadie, sin embargo tuve un amigo por quien hice más allá de lo recomendable en términos personales, nada relacionado con el Banco. Cuando estuvo en problemas legales muy graves, el único amigo que dio la cara por él fui yo hasta poner en riesgo mi imagen. Cosas de la vida. Años más tarde, cuando por producto de mis errores me quedé sin trabajo y sin dinero, fui a buscarlo para pedirle una oportunidad en una de sus tantas empresas; tuve que esperar cuatro horas para que me reciba y me niegue el favor. Por eso ando vendiendo artefactos para la salud, visitando las casas. Porque mi dignidad no me permite rogarle a nadie, y porque es doloroso comprobar la inconsecuencia de la gente. Ellos eran tus amigos cuando tú estabas en condiciones de ayudarles. No me avergüenzo de lo que hago, porque es digno. Prefiero eso a recibir muestras de ingratitud. Pero sabes una cosa? En la calle hay gente que se detiene a saludarme. El otro día un señor de un auto me insistía en que me suba para llevarme a casa, al punto que me puse nervioso. Que pretende este señor? Se bajó y me dijo: Don Richard, lo he estado buscando. Acabo de venir de Europa terminando mis estudios. Ahora soy un profesional. En casa siempre hablamos de Ud. Mi padre dice que nosotros recibimos educación gracias a la ayuda que Ud le brindó para su actividad comercial, cuando era Gerente del banco. Permítame llevarlo a su casa, por favor.
Me entregué al banco con alma y vida. Ese fue mi acierto y mi error. Pasé por tres Gerentes Generales. Estuve bajo el mando de Alberto Acosta Soberón; Jaime Acosta Velasco y Antonio Acosta Espinosa.
Creo haber sido visionario en temas relacionados con el
Banco. Creí necesario tener un local propio por lo que propuse al Padre
Iturralde la venta de un local frente al Parque, en donde hicimos nuestra
primera construcción. Recuerdo que tuve un problema con el gerente General don
Jaime Acosta, de quien llegué a ser su compadre.
El dispuso que se abra la sucursal utilizando los muebles que
sobrarían de la Agencia más otros muebles que sobrarían en Manta. Conozco la
forma de pensar del banco, así que me dispuse a obedecer, aunque en el fondo de
mi alma no coincidía. A mi parecer, a un edificio nuevo le correspondía muebles
nuevos. Resulta que viene de visita a conocer la nueva construcción el
Presidente del Directorio, a quien sutilmente le sugiero que autorice a comprar
muebles nuevos. Acepta y se compromete a convencer a Jaime Acosta de lo
resuelto. Enseguida adquiero los muebles y me apresto a la inauguración, hecho
difundido por la prensa a nivel nacional. El compañero de Manta, preocupado
porque anuncian la inauguración en Santo Domingo y nadie viene a retirar los
muebles, expresa su inquietud a la Matriz. Un día antes de la fiesta recibo una
llamada del Gerente General que con voz de júpiter tronante preguntaba por qué
razón había dejado de lado una orden expresa suya. De ese tema nunca se olvidó
don Jaime Acosta, que siempre me recalcaba que hay gente que no obedece las
disposiciones. Volvía tener una diferencia con “mi compadre” por algo
relacionado con la construcción del edificio de la Y del indio colorado. Cuando
el edificio estaba a punto de culminar recibí la visita de don Fidel Egas,
accionista del banco y miembro del directorio; se mostró muy incómodo, ni
siquiera entró a mi oficina. Desde el umbral preguntó quién había autorizado la
construcción de este “elefante blanco”. Ni siquiera la matriz tenía un edificio
tan grande, según su criterio. A los pocos días tenía la orden de presentar un
justificativo de la inversión.
Tres meses después de inaugurado el local, en sesión de
Directorio en la matriz, Don Jaime estaba sorprendido del incremento de
clientes y de lo estrecho que resultó el local. Me reclamó por qué había
comprado solo cinco lotes, cuando lo recomendable hubiera sido adquirir toda la
propiedad. ¡Cosas de Gerentes! Para descongestionar el edificio inicié por las
mismas con la construcción de las agencias de El Carmen, La Concordia, La
Unión.
Estaba a punto de cumplir mis cincuenta años y mis treinta de servicio al banco, cuando empecé a recibir mensajes que yo consideraba designios divinos. Soy muy creyente, por lo que consideré que la presencia en mi oficina de Monseñor Emilio Lorenzo no podía ser casual. Me propuso que sea candidato a la Alcaldía por el PRE y me ofrecía todo su apoyo. Pensé que era el momento que había soñado para salir del banco y empezar una nueva vida. En lo personal, mi hogar se había destrozado, en parte porque mi entrega al banco hizo que me descuidara de mi hogar. Allá estaban pasando cosas que todo el mundo sabía, menos yo. Cansado de la hostilidad permanente, del abandono y la deslealtad, decidí divorciarme.
En ese tiempo tomé decisiones que dieron un giro brusco a mi vida.
Entré a la política con las mismas herramientas con las que
me había defendido a lo largo de mi vida y me equivoque de largo. Ese era otro
mundo para el que yo no estaba preparado. Hice cosas que vistas ahora me
muestran como un tipo absolutamente ingenuo y me pintan como una criatura.
Hablar de lealtad, patriotismo, desinterés en el mundo de la política y peor en
el PRE me muestran como un desubicado.
Luego de mi divorcio nunca pedí separación de bienes, porque
consideraba que me podía batir por mi cuenta. La campaña me significó una
inversión de 250 millones de sucres; la afronté solito, porque consideraba que
debía precautelar mi independencia y no adquirir compromisos con nadie. Cuando
estuve en el conteo de votos en el Tribunal Provincial Electoral, vino alguien
a decirme que con 200 millones se aseguraba la Alcaldía y yo me preguntaba por
qué debo pagar a alguien que solo tenía que contar los votos. Asomaron personas
dispuestas a cubrir esos fondos a cambio de asegurar unos contratos y no acepté
para no comprometerme con nadie. Era evidente que yo estaba en otro baile.
Al poco tiempo compré una camaronera en 200 millones de sucres, que al final vino el dueño y me la quitó. Había sido estafado por alguien que me vendió una propiedad ajena. Acabados mis ahorros, intenté reclamar el 20% de lo que legalmente me correspondía y recibí ataques de mis propios hijos. Han pasado 21 años y no he podido topar nada de lo mío. Es falso que mis recursos me los quitara mi nueva pareja. Todo está en manos de quien fue mi esposa. Ni siquiera me he podido casar con la madre de mis hijos. Para ella solo tengo palabras de gratitud.
Pero aquí estoy. Estoy fuerte, sano, con ganas de vivir y
empezar de nuevo, como cuando tenía veinte años. Sigo confiado en el sistema
judicial y sé que un día recuperaré mis bienes. No estoy seguro de querer
recuperar los amigos que representa el dinero. Solo estoy a la espera de una
oportunidad. Estoy bien anímicamente, estoy preparado en lo académico y persevero
en mis conceptos de lo moral y lo ético. Me pregunto si con lo que ha pasado el
tiempo siguen valiendo esas herramientas, o sigo en otro baile?
por Víctor Hugo Torres
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