Al empezar la década de los
ochenta, la ciudad tenía noventa mil habitantes ubicados máximo hasta el anillo
vial. Los By Pass estaban lejos; la avenida Chone era un camino tortuoso, por
el que transitaban muy pocos carros.
Tener una línea telefónica era
casi un privilegio. Como habían tan pocas, había que distribuirlas
estratégicamente lo que obligaba a recibir llamadas donde el vecino, quien,
según el humor del momento daba paso a la llamada. La energía eléctrica sufría
frecuentes cortes lo que motivaba permanentes reclamos contra nuestra
Cooperativa de Electrificación.
En los primeros años de los noventa se ubica el punto de partida de cambios acelerados. Entró en servicio el sistema interconectado, y en cuanto a comunicaciones, la ampliación de las redes fue notable, al tiempo que la población crecía a un ritmo acelerado. Ya no era necesario ir a hacer cola en el IETEL para solicitar una llamada, ya había disponibilidad de líneas por lo que se difundió su uso en hogares y oficinas.
La realidad actual es diferente.
Con la aparición del celular, los teléfonos convencionales prácticamente pasan
desapercibidos. Ahora nos parece que la imagen que traslada su presencia en la
ciudad ha cambiado de una cosa importante a una contaminación visual. Muchos
claman por la desaparición de los desagradables “tallarines” que cruzan las
calles de la ciudad y proponen cables subterráneos. El Puyo es una ciudad que
ha creado una empresa pública de ductería, apuntando a que dentro de poco,
todos los servicios que requieran cables sean retirados de los postes y se
conduzcan por los ductos municipales, a quien deben pagar un arriendo. La
reconstrucción de Portoviejo, Manta, Pedernales incluye una política en ese
sentido, para lo que se han destinado 200 millones. Es claro que terminó una
etapa y aparecen nuevas necesidades.
Artículo publicado en diario La Hora
Ecuador Santo Domingo 19.09.2016
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