Los privados de la libertad necesariamente deben tener restricciones, dada su ubicación frente a la ley. De hecho tienen sus rutinas pre establecidas; una hora para levantarse, para hacer deporte, para comer, para acostarse, para todo lo que humanamente pueda controlarse. Sin embargo, el espíritu humano es indomable como puede verse en un caso sucedido en la cárcel de nuestra ciudad.
Luego de las oraciones, llegada la hora de acostarse, desde una celda se podía escuchar que dos tipos presentaban un imaginario programa radial, que incluía noticias del día, amenidades, canciones, mensajes por onomásticos, cumpleaños y hasta publicidad.
Muy pronto adquirió fama y fue reclamado también por las celdas vecinas; nadie podía perturbarlo con otro tema, porque la mayoría obligaba a que se mantenga el silencio que permita escuchar la voz de los locutores, que pronto quedaron atrapados por la obligación, al punto que no les fue posible suspenderlo, ante la demanda de oyentes que incluía a los guardias de turno.
Hubo una larga temporada en la que era posible ver durante el día que los presos se preparaban, ya solos o en grupos, para su participación en el siguiente programa. Llegó a ser un espacio muy importante para canalizar las emociones, en circunstancias en las que tienes tan pocos estímulos.
Las autoridades se enteraron del fenómeno local y no tardaron en formalizar lo surgido espontáneamente, para lo que dotaron de los equipos suficientes para que en la cárcel se instale una emisora con cabinas de grabación al estilo de una radio profesional, con una programación completa que permite la expresión de los privados de la libertad. Sin embargo, la sofisticación técnica no puede borrar del recuerdo de los presos, el programa que, más que con los oídos, se escuchaba con el alma.
por: Arq. Víctor Hugo Torres
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