martes, 28 de febrero de 2017

Los barrios San Antonio y Skiner

La relación que existe entre el campo y la ciudad, es mucho más evidente en el caso santo Domingo. Miles de trabajadores que vinieron a desbrozar montaña, al cabo de unos años terminaron asentándose en la ciudad. Conozcamos el caso de los barrios San Antonio y Skiner.
Antonio Granda Centeno era propietario de la Hacienda San Antonio, ubicada  en el 40 de la Quevedo. Amplió su propiedad al comprarle a John Skiner la hacienda que llevaba su nombre. La primera la dedicó a la ganadería; la segunda al banano.
El proceso de cultivo y embarque demandaba la mano de obra de seiscientas personas, que de pronto quedaron cesantes cuando Centroamérica irrumpió en la producción de la fruta, que al no tener que pasar por Panamá, se colocaba en ventaja en el mercado.  
Desde 1970 la Skiner pasó a producir palma africana. Se reclutaron nuevamente trabajadores que prácticamente vivían en la Hacienda, semejando un pequeño poblado. Había viviendas colectivas al estilo de los cuarteles militares complementadas con dispensario, escuela, comisariato.

Los trabajadores estaban divididos en grupos.  A las cinco de la mañana sonaba una campana que indicaba la hora de levantarse; a las seis cada grupo formaba frente a su jefe antes de empezar la jornada.    Podría decirse que el ambiente de trabajo era agradable, lo que dio pie a que le planteen a Granda Centeno la aspiración de contar con viviendas en Santo Domingo, pensando en que un día necesitarían  estar cerca de los centros educativos. El pedido fue atendido favorablemente, por lo que se negoció en condiciones ventajosas una parte de las tierras que el hacendado tenía en esta ciudad. Así se originaron esos barrios que tomaron el nombre de sus sitios de trabajo. Pocos de los que allí habitan son propietarios originales.       

lunes, 13 de febrero de 2017

Lo que quedó de un sueño

por: Víctor Hugo Torres 

Los  pioneros en la construcción de esta ciudad tienen el mérito de haber sentado las bases de nuestra institucionalidad. Soñaron mucho pero trabajaron duro para concretar sus sueños.  Uno de esos logros fue resolver el problema de la energía eléctrica que demandaba la naciente  ciudad que se iluminaba con faroles en sus postes, lámparas a kerosene en las casas y con lámparas Petromax en sus locales comerciales. Un primer salto lo dio un empresario cuando decidió adquirir un generador y vender luz a sus vecinos.

Sin duda que la falta de energía frenaba el desarrollo, por lo que se hacían gestiones ante el gobierno y en el extranjero. Finalmente se halló eco en una Cooperativa de Kentucky, Estados Unidos, que se ofrecieron a replicar su  experiencia. Con ese referente y con su apoyo material, se inició la organización de la Cooperativa de Electrificación Rural Santo Domingo Ltda. que alcanzó un éxito rotundo al brindar servicio a toda la región. Cada persona que tenía un medidor a su nombre era socio de la Cooperativa, de tal manera que en su apogeo, pasaron de treinta mil sus miembros.  Sin duda la Cooperativa de electrificación es el mayor logro tangible del esfuerzo colectivo a juzgar por el servicio que brindó y por el patrimonio que llego a acumular.

La llegada del Sistema Nacional Interconectado marcó su fin. Inecel absorbió a la Cooperativa y por alguna extraña razón entregó su patrimonio a la Cooperativa de Producción Santo Domingo Ldta, constituida con alrededor de treinta miembros. Esa entidad inició la construcción de un Centro Comercial que nunca funcionó y finalmente fue adquirido por el Municipio. Cuando pase frente a la biblioteca Municipal puede admirar lo que quedó de un gran esfuerzo colectivo que se liquidó en manos privadas.


Artículo publicado en diario La Hora Ecuador Santo Domingo 13 de febrero de 2017

lunes, 6 de febrero de 2017

Una Mina en Palo Quemado

por: Víctor Hugo Torres Egas

Pocos vestigios quedan de lo que un día fue la “Mina La Plata”. Nada indica que allí hubo un campamento, oficinas administrativas, consultorio médico, trabajadora social, almacén y otros servicios como piscina, canchas y sauna.  Todas esas instalaciones eran de propiedad de Minera del Toachi, una empresa con accionistas de Finlandia, Alemania y Perú que se juntaron para explotar una mina ubicada en el sector de Palo Quemado.
Su apogeo duró seis años, comprendidos entre 1977 y 1983, en los que llegaron a explotar un promedio de 150 toneladas diarias de una pasta que contenía cobre, plata, oro y zinc que eran exportadas por el puerto de Esmeraldas. La actividad terminó abruptamente con el abandono de los ejecutivos de la empresa. Un día salieron de vacaciones de navidad y no regresaron nunca más. Desde Perú argumentaban que prefieren abandonar las instalaciones, los tractores, vehículos, camiones, a vivir en ese ambiente enrarecido que se sentía en la relación con el sindicato y comité de empresa. Públicamente dijeron sentirse acosados  por la permanente presencia de dirigentes laborales que incitaban a acciones de hecho. Que varias veces fueron impedidos de utilizar los vehículos, por lo que debieron caminar los 15 kilómetros que separaban a la mina del recinto La Unión.
La envergadura de la empresa podría considerarse de nivel medio, puesto que llegó a tener 200 trabajadores de campo, 60 obreros de la planta y 40 administrativos. Las organizaciones asumieron el control de la empresa. La venta de los bienes formó parte de su liquidación.

De los cinco técnicos que estaban al frente de la mina, el Ing. Luis Núñez se quedó entre nosotros; de los obreros, Segundo Guerrero ingresó al Municipio. Ellos son testigos vivientes de este capítulo semi olvidado de la historia de nuestra región.

Artículo publicado en diario La Hora Ecuador Santo Domingo 5 de febrero de 2017