La relación que existe entre el
campo y la ciudad, es mucho más evidente en el caso santo Domingo. Miles de
trabajadores que vinieron a desbrozar montaña, al cabo de unos años terminaron
asentándose en la ciudad. Conozcamos el caso de los barrios San Antonio y
Skiner.
Antonio Granda Centeno era
propietario de la Hacienda San Antonio, ubicada
en el 40 de la Quevedo. Amplió su propiedad al comprarle a John Skiner
la hacienda que llevaba su nombre. La primera la dedicó a la ganadería; la
segunda al banano.
El proceso de cultivo y embarque
demandaba la mano de obra de seiscientas personas, que de pronto quedaron cesantes
cuando Centroamérica irrumpió en la producción de la fruta, que al no tener que
pasar por Panamá, se colocaba en ventaja en el mercado.
Desde 1970 la Skiner pasó a
producir palma africana. Se reclutaron nuevamente trabajadores que
prácticamente vivían en la Hacienda, semejando un pequeño poblado. Había
viviendas colectivas al estilo de los cuarteles militares complementadas con
dispensario, escuela, comisariato.
Los trabajadores estaban
divididos en grupos. A las cinco de la
mañana sonaba una campana que indicaba la hora de levantarse; a las seis cada
grupo formaba frente a su jefe antes de empezar la jornada. Podría decirse que el ambiente de trabajo
era agradable, lo que dio pie a que le planteen a Granda Centeno la aspiración
de contar con viviendas en Santo Domingo, pensando en que un día necesitarían estar cerca de los centros educativos. El
pedido fue atendido favorablemente, por lo que se negoció en condiciones
ventajosas una parte de las tierras que el hacendado tenía en esta ciudad. Así
se originaron esos barrios que tomaron el nombre de sus sitios de trabajo. Pocos
de los que allí habitan son propietarios originales.